Sunday 30 May 2010

SIN TITULO

Hay un ruido. Me molesta. Abro un ojo y miro. Son las seis de la mañana. ¿Qué hago despierta?

El ruido, es verdad. Me molesta. Palpo la mesita de luz para encontrar los anteojos. No están. Algún vivo me esta jugando una mala pasada. Pero, ¿cómo? Vivo sola.
Me siento sobre la cama y el espejo me devuelve una imagen que no llego a definir. Soy yo; me miro. Me observo y pienso: qué lindo ombligo. Estoy en bolas, salvo por una bombachita negra de encaje.

Me levanto, prendo un cigarrillo y me quemo con el encendedor. Entro a la cocina y veo como los platos de hace una semana siguen apilándose esperando a ser lavados y guardados. Ahí estan: los anteojos. Me ato el pelo con un pincel.

Miro el bastidor sobre el caballete. Está en blanco. Saco el pincel de mi cabeza y siento como el pelo acaricia mi piel. Mi piel de gallina. Me doy media vuelta y abro la heladera que acentúa sutilmente mi figura. Mientras destapo una cerveza prendo otro cigarrillo. Vuelvo a mirar el bastidor. Nada.

Tiene que estar por llegar. El ruido ya no me molesta. Abro el cajón, saco el cuchillo y me acerco de nuevo al bastidor. Desvio la mirada al reloj. Tarde.

En tanto mi mano dibuja un rostro con unos labios rojo intenso.