Monday 17 May 2010

MONÓLOGO DE LA PATAGONIA

No se ustedes, pero yo nunca me sentí tan incómoda conmigo misma. Siempre estoy acompañada, no digo que sea algo malo, simplemente es el hecho de por fin encontrar tiempo para estar con uno mismo. Es algo completamente nuevo, revolucionario.
Ahora dejo atrás la ciudad y sus corridas, sus semáforos constantemente de verde a amarillo y de amarillo a rojo; la bocina insoportable de algun desubicado a las dos o tres de la tarde mientras uno intenta descansar, o porque no de la mañana cuando todos los adolescentes borrachos, tirados y con ganas de beber salen a bailar. Luces, gritos, bebes llorando, mujeres histéricas, una sierra eléctrica, "bondis", frenos de autos, carcajadas, el "bip-bip-bip" de las cajas de supermercado. Toda una ciudad en movimiento y la cabeza no para de dar vueltas y uno no tiene tiempo de parar ni dos segundos para dedicarle tiempo a su persona; a ser lo que uno es y no evitar lo que a uno le surge, porque al fin de cuentas siempre terminamos siendo el abogado, el ingeniero, el arquitecto, el periodista o el locutor de radio que mamá y papá siempre quisieron. El problema radica en el uso del "ser", al menos yo, cuando me preguntan quién soy, contesto: "Soy Sabrina", no "Soy estudiante". En definitiva, uno hace lo que es, y no viceversa. Siempre existirá la exigencia de nuestros padres para que limpiemos, para que seamos responsables, la profesora exigiendo deberes, y el vecino que reclama que podemos las ramas del árbol ese que da una sombra tan linda o que le pasemos la pelota...
La idea un poco es detenersse y pensar que es lo que nosotros queremos hacer, el clásico debate del "ser" y "deber ser".
Pero por alguna razón, siempre tenemos la excusa de que algún ruido, luz, olor, nos distrae y no nos deja pensar en nosotros.
Vivir en Buenos Aires es como no vivir o mejor dicho es sinónimo de no dormir porque cuando ya logramos encontrar nuestra paz interior (esa que dura la hora en que vamos a yoga, y a veces ni siquiera), ya son las siete y media de la tarde y empieza F.R.I.E.N.D.S. (tu programa favorito) o comienzan a molestarte las luces de neón del "telo" de enfrente que se prenden y apagan como riéndose de vos. Y ¡cómo olvidar el "tick-tick-tick" incesante indicando el paso del tiempo! Sí, es ese reloj que te regaló tu abuela por enésima navidad con la excusa de que siempre llegas tarde.
Por fin llegó el momento en el que pude dejar todo eso y cambiarlo por unos días en Patagonia: lagos de diferentes tonalidades de azul y verde, el agua helada y cristalina bajando de las altas cumbres para saciar la sed, cañaverales interminables, sinuosos senderos que suben, bajan y andan sin cansarse jamás dejando siempre intacta la belleza del lugar, un arroyo limpio que baja hacia el mallín trayendo perfumes varios y cantando una melodía que pondría a cualquiera a dormir, el sol radiante de las doce, un cielo esterllado con luna llena un amanecer y atardecer para finalizar un día que me dejó agotada (pero feliz) y un pajarito cantando dulcemente cuando me despierte es lo que me hace ver que yo y mi mochila no somos los únicos en este mundo y que hay que cuidarlo.
En lugares como este, donde la mugre me cubre de pies a cabeza; donde ni mis manos, ni mis uñas son perfectas; donde se me seca la piel y duele la cara por el sol, encuentro la satisfacción de saber que estando sola o acompañada siempre voy a ser yo, y finalmente sentirme bien; cómoda conmigo misma.