Firmar un
papel, dar un sí, dar un no, tomarse un avión, irse de vacaciones, todo es un
compromiso. Se me eriza la piel, me
traspiran las manos y me tiembla la voz.
Esas cuatro sílabas me quiebran en llanto cada vez que las pienso y
cuando llegan a mis oídos siento como se me paraliza el cuerpo y abro los ojos
de tal forma que pareciera ser que en vez de ellos tengo dos pelotas de
ping-pong. Ni siquiera puedo escribir
sobre el compromiso porque escribir sobre el compromiso es comprometerse a
escribir sobre el compromiso y las palabras no fluyen y por eso pido disculpas
por todas las oraciones cortas que esta concatenación de palabras pueda llegar a tener, son los
momentos en que mi cerebro recuerda que tiene que respirar.
No sé. No
entiendo. No me entra en la cabeza como alguien puede comprometerse a algo
cuando uno no sabe. Creo que el problema
más grande que existe entre el mundo y yo es la definición que tenemos de
compromiso. El compromiso es
ABSOLUTO. Y no es una cuestión de estar
equivocado o no estar equivocado, el compromiso no conoce cláusulas, no conoce
reglas, el compromiso ES y punto, no lo intentemos recortar cual pino en un
jardín francés. El compromiso no se
manipula a nuestra conveniencia ni se deshace ante ciertas circunstancias. Es una cuestión moral. El hecho de que al
mundo le falte esta pequeña pizca de sal, no significa que a algunos de
nosotros todavía nos queden algunos pedacitos cristalizados de quién sabe qué
época o ancestros pasados.
Hace poco
estaba haciendo mi “to do list” esa lista que uno hace para aplazar todo lo que
tiene que hacer pero por lo menos ordenarlo.
Mi lista no es una lista, es una especie de nebulosa sin sentido que
tiene números, flechas, subdivisiones, mayúsculas y minúsculas por todos
lados. Mi lista no termina con puntos: termina con signos de pregunta. Mi lista
no es tanto una lista sino un cuestionario.
El problema más grave de este cuestionario es que no creo que lo haya
hecho yo. En algún punto supongo que
todas las preguntas ya estaban sobre la mesa y yo lo único que estoy haciendo es organizándolas
para ver a cual respondo primero, pero nunca, nunca, nunca voy a tener una
respuesta porque las preguntas no son mis preguntas, o quizás ahora sí lo sean
porque crecí así y aprendí a hacerme estas preguntas. A veces me pregunto, entonces, valga la
redundancia, cómo hubiese sido mi vida si las preguntas me las hubiera hecho
yo. Me refiero a que cuando uno es
pequeño sigue un camino de respuestas, pero que no son SUS respuestas sino
respuestas a preguntas que se hicieron antes, nadie nos enseñó a
preguntarnos nuestras preguntas. Nos
enseñaron a hacernos preguntas sobre las respuestas inculcadas, no sobre las
preguntas iniciales. Y entonces cuando
crecemos de repente entendemos que nuestros papás antes de darnos una respuesta
tenían una pregunta, y entendemos que parte de crecer es empezar a hacer
preguntas. Pero, y acá está el kit de la cuestión, nosotros aprendemos a imagen y semejanza, entonces andamos
haciendo las mismas preguntas que se hicieron y por intentar
diferenciarnos buscamos otra respuesta a la misma pregunta, pero eso no es
posible, ¿no? Algunos podrán decir que sí, pero la realidad
es que el problema de la respuesta está en la pregunta. Mi problema es que ya no sé qué
preguntas son realmente mías y qué preguntas son hereditarias, y últimamente
siento que la herencia tarda más en procesarse que el medio pote de Nutella que
comí hace ya cinco horas y que todavía siento en la panza. No quiero que esto suene a queja pero seamos
honestos, ahora además de las preguntas hereditarias tengo las ¿mías? y eso
significa que tengo mil opciones y mil y una dudas porque las opciones se transforman en dudas y
las dudas se ramifican en preguntas y entonces me pregunto para qué carajo Dios
me dio un cerebro si lo único que hace es paralizarme. Me cago en Dios y en las listas.
Sí, pensar
es un compromiso.
Así que
pienso, pienso en mis opciones, que son dudas, que son preguntas, que son más
preguntas y las opciones de respuesta que son dudas que son preguntas que son
más preguntas.
Pienso,
pienso, pienso, pienso y ¿cuándo carajo existo?
¿Será que
existo únicamente en el pensamiento?
Prosigo,
entonces, a ordenar mis preguntas:
¿Cómo?
¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde?
¿Qué?