Thursday 24 June 2010

Y UN PAR DE MONEDAS

Salí. Era un típico martes de junio: soleado pero frío, tranquilo pero agitado, sorprendente pero previsible. En fin, como decía, un típico martes de otoño. En mi mochila habían unos chicles, un pedazo de cera, un juego de llaves, un paquete de galletitas a medio comer, un cuaderno, una lapicera y un par de monedas.

Salí. Era un típico miércoles de junio: vibrante pero apagado, cálido pero frívolo, divertido pero aburrido. En fin, como decía, un típico miércoles de otoño. En mi mochila había un lápiz labial, una caja de lentes de contacto, una pulsera, un cordón, un cuaderno, una lapicera y un par de monedas.

Salí. Era un típico jueves de junio: viejo pero nuevo, conocido pero desconocido, mediocre pero gustoso. En fin, como decía un típico jueves de otoño. En mi mochila había un celular sin batería, un caramelo chupeteado, una billetera, un pincel, un cuaderno, una lapicera y un par de monedas.




Salí. Era un típico viernes de octubre: tímido pero extrovertido, tonto pero vivaz, constante pero colorido. En fin, como decía un típico viernes de primavera. En mi mochila había una flor, una caja de fósforos, un pedazo de tela, una carta, un cuaderno, una lapicera y un par de monedas.
Fui dejando primero la flor, a una niña que lloraba, la caja de fósforos a un hombre que quería calentarse, el pedazo de tela a una mujer que protegía a su bebe y la carta a un desconocido. Un cuaderno, una lapicera y un par de monedas me acompañarían por el resto del camino. Me subí al primer colectivo con dos pesos, al segundo con uno diez, caminé. Me senté en una plaza a mirar el cielo, mirar como corrían las nubes, sus formas, su fragilidad, su delicadeza. Pronto me dormí. Me levanté y el cielo estaba estrellado, me quedé absorta ante la infinidad. Caminé, me subí al tercer colectivo con uno cincuenta. Me dormí. Me bajé y caminé. Respire profundamente mientras sentía el viento acariciendo mi cara, mi pelo, mis manos... Canté. Tomé prestada una bicicleta, ahora el viento se agalopaba contra mí mientras me dibujaba con completa sutileza una sonrisa; reí. Todo a mi alrededor era música y silencio, bailé. El murmullo de un río sirvió de "arrorró" para que durmiera nuevamente. Al despertar, comenzé a caminar, un colectivero ofreció gentilmente alcanzarme, hasta dónde, no sé. Las ondulaciones del paisaje me provocaron una sensación de calma, al bajar seguí caminando. Entré a un bar y allí estabas con la carta. Dejé el cuaderno, la lapicera y un par de monedas en tus manos.