Thursday 5 March 2015

De forma mecánica y ausente presioné el grifo del dispenser de jabón del baño del Southbank Centre en Londres, Inglaterra. Busqué el secador de manos e hice otro leve movimiento mecánico y ausente para indicarle que mis manos estaban listas para recibir secarse. Me quedé mirando como mis manos revolotean bajo el calor como pájaros en primavera. Esta vez no fue distinta de otras veces, salvo por las manos de color céreo que aparecieron tiesas en el secador de al lado.

En pocos segundos mi mente generó un recuerdo fotográfico: manos jóvenes, de dedos largos, nudillos pronunciados y uñas lavadas.

Me faltó el aire a pesar de que el secador seguía derrochándolo.  Sentí una presión en las muñecas y por un momento las venas se me hincharon, miré al verso y reverso mientras poco a poco el color rosado cedía ante un cerúleo-verdoso. Me tomé las muñecas y las hice girar en el confort de la mano contraria.

"My life, I resolved, ought to be a perpetual trascending..."

Ese miércoles 26 de julio caminé lo que para mí fue un sin límite de tiempo a la vez que Martín y papá contaban las olas romper en sus relojes. Pasé por un grupo de pescadores y de obreros.

Era un día gris y yo en bikini, sílbaba una brisa y mis pies caminaban. Yo no sé dónde estaba. Me perdí.  Me perdí en el éter de mi Mente y me propuse llegar hasta donde se quebrara el pensamiento. Un desierto. No hay mar ni cielo, pensé. Todo era un gran mantón gris teñido de resolana y la llegada de las olas a la arena y el silencio de los pájaros planear.

Me heché boca arriba con los brazos abiertos: sentí que podía abrazar al planeta y sentí mi energía brotar, explotar y la vi. Vi como se disipaba y mezclaba con el poderoso universo hasta que todo fue nada.

30/07/2012

Compromiso

Firmar un papel, dar un sí, dar un no, tomarse un avión, irse de vacaciones, todo es un compromiso.  Se me eriza la piel, me traspiran las manos y me tiembla la voz.  Esas cuatro sílabas me quiebran en llanto cada vez que las pienso y cuando llegan a mis oídos siento como se me paraliza el cuerpo y abro los ojos de tal forma que pareciera ser que en vez de ellos tengo dos pelotas de ping-pong.  Ni siquiera puedo escribir sobre el compromiso porque escribir sobre el compromiso es comprometerse a escribir sobre el compromiso y las palabras no fluyen y por eso pido disculpas por todas las oraciones cortas que esta concatenación de palabras pueda llegar a tener, son los momentos en que mi cerebro recuerda que tiene que respirar.
 
No sé. No entiendo. No me entra en la cabeza como alguien puede comprometerse a algo cuando uno no sabe.  Creo que el problema más grande que existe entre el mundo y yo es la definición que tenemos de compromiso.  El compromiso es ABSOLUTO.  Y no es una cuestión de estar equivocado o no estar equivocado, el compromiso no conoce cláusulas, no conoce reglas, el compromiso ES y punto, no lo intentemos recortar cual pino en un jardín francés.  El compromiso no se manipula a nuestra conveniencia ni se deshace ante ciertas circunstancias.  Es una cuestión moral. El hecho de que al mundo le falte esta pequeña pizca de sal, no significa que a algunos de nosotros todavía nos queden algunos pedacitos cristalizados de quién sabe qué época o ancestros pasados.
Hace poco estaba haciendo mi “to do list” esa lista que uno hace para aplazar todo lo que tiene que hacer pero por lo menos ordenarlo.  Mi lista no es una lista, es una especie de nebulosa sin sentido que tiene números, flechas, subdivisiones, mayúsculas y minúsculas por todos lados.  Mi lista no termina con puntos: termina con signos de pregunta.  Mi lista no es tanto una lista sino un cuestionario.  El problema más grave de este cuestionario es que no creo que lo haya hecho yo.  En algún punto supongo que todas las preguntas ya estaban sobre la mesa y yo lo único que estoy haciendo es organizándolas para ver a cual respondo primero, pero nunca, nunca, nunca voy a tener una respuesta porque las preguntas no son mis preguntas, o quizás ahora sí lo sean porque crecí así y aprendí a hacerme estas preguntas.  A veces me pregunto, entonces, valga la redundancia, cómo hubiese sido mi vida si las preguntas me las hubiera hecho yo.  Me refiero a que cuando uno es pequeño sigue un camino de respuestas, pero que no son SUS respuestas sino respuestas a preguntas que se hicieron antes, nadie nos enseñó a preguntarnos nuestras preguntas.  Nos enseñaron a hacernos preguntas sobre las respuestas inculcadas, no sobre las preguntas iniciales.  Y entonces cuando crecemos de repente entendemos que nuestros papás antes de darnos una respuesta tenían una pregunta, y entendemos que parte de crecer es empezar a hacer preguntas. Pero, y acá está el kit de la cuestión, nosotros aprendemos a imagen y semejanza, entonces andamos haciendo las mismas preguntas que se hicieron y por intentar diferenciarnos buscamos otra respuesta a la misma pregunta, pero eso no es posible, ¿no? Algunos podrán decir que sí, pero la realidad es que el problema de la respuesta está en la pregunta.  Mi problema es que ya no sé qué preguntas son realmente mías y qué preguntas son hereditarias, y últimamente siento que la herencia tarda más en procesarse que el medio pote de Nutella que comí hace ya cinco horas y que todavía siento en la panza.  No quiero que esto suene a queja pero seamos honestos, ahora además de las preguntas hereditarias tengo las ¿mías? y eso significa que tengo mil opciones y mil y una dudas porque las opciones se transforman en dudas y las dudas se ramifican en preguntas y entonces me pregunto para qué carajo Dios me dio un cerebro si lo único que hace es paralizarme. Me cago en Dios y en las listas.
Sí, pensar es un compromiso.


Así que pienso, pienso en mis opciones, que son dudas, que son preguntas, que son más preguntas y las opciones de respuesta que son dudas que son preguntas que son más preguntas. 
Pienso, pienso, pienso, pienso y ¿cuándo carajo existo?
¿Será que existo únicamente en el pensamiento?


Prosigo, entonces, a ordenar mis preguntas:
¿Cómo? ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde?



¿Qué?