Te conozco y te conozco más de lo que pensas, quizás porque crees que cambiaste, que sos mejor que los demás, me das la espalda y fumas; me das la espalda y te pepeas.
En cada encuentro siento un incendio, intento racionalizarlo y no puedo. Nuestros cuerpos como piezas de rompecabezas, se unen sin esfuerzo; se funden en un abrazo infinito. Nuestras miradas vidriosas, empañadas, se cruzan: tu cabeza intenta contener las lágrimas que la mía ya no puede, dejándolas rodar por mi mejilla. Me besas lentamente, cuidándome. El silencio y una sonrisa. ¿Cómo negar un momento de felicidad plena? Por eso me dejo llevar y pido repetidamente por favor que se repita eternamente.